miércoles, septiembre 06, 2006

E-mail de una amante - 27


De X

Cinco posibles: 4. La vista
Ich sah dich ja im Traume...
H. Heine

Astigmatismo: defecto del ojo que consiste en que no son igualmente refringentes en la dirección todos sus diámetros, lo que origina deformación o imprecisión de las imágenes por el alargamiento producido en una dirección. // Defecto de la visión debida a la curvatura irregular de la superficie de refracción del ojo.

Calidad no descriptiva de las imágenes ofrecidas por el ojo. Aparentemente, si me saco los anteojos, la cualidad “no refringente” de mi astigmatismo se volvería obstáculo para que te viera. Mucho antes de cada uno de nuestros encuentros, me despojo de todo elemento que pueda resultar peligroso para los gajes de amor: anillos, aros, el reloj, los anteojos. Si bien el contacto entre los cuerpos me quita todo deseo de saber en qué anda el exterior, la salida de escena de mis anteojos es algo que me inquieta: ¿si apareciera algo, un imprevisto, algo indispensable que yo debiera ver con claridad? La inquietud cede inmediatamente ante el primer beso. Ya entregada a los sentidos, la vista parece haber quedado en otro plano. Puedo ver lo importante en el cotidiano, ahora comienza una celebración. Reina el cuerpo. Mejor cerrar los ojos, y dejar que gusto y tacto se enseñoreen como corresponde. Hay que aguzar los sentidos y rogarle a la diosa-memoria que guarde cada uno de los rastros que deja en la una las caricias, los besos, las palabras de la otra. De todas formas sé que estás muy cerca. Puede haber variables, pero seguramente esté sentada a horcajadas sobre vos, con la respiración entrecortada y clavándote las uñas en la espalda porque no me cabe en el cuerpo tanto placer. ¿Cambiaría mucho la situación si te viera arriba o abajo mío?
Si me alejo, el ojo tiene su festival y propone la visión de conjunto de tu cuerpo, pero toda la piel se vuelve extrañamente ensimismada y solitaria. De cerca, tan de cerca como para que una boca pueda tragar ese jadeo otro que se me ofrece sobre los labios, de cerca el ojo se desconcierta y no llega a proponer el foco justo. Pero después, recién después de toda cabalgata, después de que la batalla ya haya terminado y de que hubiéramos abandonado toda coreografía para ser simplemente nosotras, recién ahí, me puedo tumbar sobre vos, alzar la cabeza o abrazarte y dedicarme a escrutarte. Si tengo suerte, tal vez estás ya dormida y en tu estado de indefensión se dibuja algo único. Ante la primera caricia en la mejilla sonreís desde lejos, agradeciendo desde algún escondrijo secreto y propio del sueño. Yo me quedo inmóvil, apenas respiro para que no se interrumpa la ceremonia de tu sueño y tu sonrisa. Ahí el ojo se vuelve benévolo. Cada línea, cada uno de tus contornos aparece totalmente dibujado y no existe la duda sobre tus formas. El sueño y la sonrisa parecerían dos caminos incompatibles, pero hasta el astigmatismo resulta burlado y yo lo veo.

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